14 abril 2009

Sobre héroes y tumbas


Es la hora pico y sin embargo no hay nadie en la estación, nadie que envejezca junto a mi en el palidecer que nos ofrece el calvario de la palabra ¨espera¨. Me doy cuenta que no estoy soñando.

Veo un ángel que se desploma del cielo suculento de justicia y cae en el andén, procede a esconderse tras un muro en plan vigía como animal en caza. Al cabo de unos segundos se avalancha sobre un hombre con bolso de mujer, procede a mutilarle las manos y a cortarle la voz mientras ambos desaparecían en un mundo de sombras.

¿Seguiré soñando? De pronto ya no estaba solo, un grupo de chicos desconocidos cubiertos por un pliegue de cortinas de vidrio y con mascaras en sus rostros fabricadas con el tejido de sus propias desdichas se sentaron a mi lado, procediendo de igual manera a envejecer junto a mí mientras el tren de los suspiros disimulaba su retraso con música clásica de fondo.

Mas tarde un grupo de ancianos caminaban por el pasillo cantando glorias y penas; mientras yo los miraba con los ojos del alma cual muerto viviente mirando un Dios. Todos ellos han crecido de la mano de los héroes y las tumbas, leyendo sobre sus héroes y sus tumbas, han sentido poder tocar e incluso hablar con los mismo a pesar de la distancia, puesto que aferrados a la esperanza han dejado crecer en sus corazones el don de de la templanza, y han llorado sus tumbas con mas pesar que el que se tiene cuando se llora a un hijo, porque cuando un hijo se va, vienen otros, pero cuando se va un héroe, no se sabe cuando vendrá el próximo. Al parecer los héroes sacan los brazos de sus tumbas para hacerse más fuertes, porque solo con su muerte su teoría se lleva a la práctica empezando por el pueblo, trascendiendo a las ciudades, naciones y continentes completos; pero en este tiempo ya no hay héroes, solo tumbas. Tumbas que condenan a ser recordados y latentes en la historias, sin embargo cuando no hay líder no hay ejercito, y cuando no hay guía, no hay éxodo.

Al fin llega el metro saludando el rostro de unos cuantos infelices sentados en el banco de ¨espera¨. Los chicos desconocidos y yo entramos y tomamos asiento, todos ya envejecidos con canas en el espíritu que les había hecho el espíritu mas miserable, no debían habérseme acercado. Algo curioso es que los ancianos no habían entrado (aquellos que son mis héroes), miro por la ventana de cristal y veo los asientos, pero no hay ancianos, solo restos de tumbas inmortales.


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