03 junio 2012

Opinión: La lección, del Teatro Ícaro




La noche del sábado 02 de Junio del año en curso, para superar la angustia que me causa las dos semanas que llevo sin fumar, decidí aventurarme al Teatro Guloya como parte de la inexplicable proactividad que causa la ansiedad en consecuencia a la pérdida del vicio. En el repertorio estaba la obra “La Lección” de Ionesco, bajo la dirección de Indhiana Brito, y con las actuaciones de Richardson Díaz, Cindy Galán, y Johanna González.
                No es mi interés escribir una crítica de teatro, puesto que no soy un experto en el tema, pero sí deseo expresar lo que ésta me produjo. Como un ejercicio de sinceridad admito que aunque siempre trato de seguir los trabajos de mis colegas, la dejadez juega un papel importante en la ausencia en los teatros de quienes realmente debemos verlo.

Opinión

La obra empezó un poco más tarde de lo previsto. No obstante, una vez iniciada no hubo un momento en el cual el público perdiera el interés, debido a que el rompecabezas escénico estaba armado con un ritmo que no parecía real. De haberla visto en vídeo, grabada en plano general hubiese jurado que había un trabajo demasiado profesional con la edición para no percatarse de los rejuegos con las capturas.
                En un espacio apartado del escenario estaba la música en vivo. Una creación original por el actor y músico Ivan Aybar. Sería arriesgado si dijese el nombre correcto de los instrumentos que tocaba, dado que como me alejé de los estudios musicales hace 10 años, no quisiera pecar de ignorante. Pero si me atrevo a correr el riesgo de decir, que es la música más armónica en pos de la situación escénica que he visto en mucho tiempo.
                La escenografía estática, salvo por un banco como único elemento móvil, estaba creada con tal precisión que en ningún momento hacía ruido escénico. Algo peculiar, ya que su composición se valía de recursos que pueden ser usados como elementos teatrales, dígase el caso de los libros, guantes, y lámparas. Aseguro entonces que el equilibrio entre estos elementos escenográficos estuvo en su punto exacto en todo momento.
                El vestuario y el maquillaje son dos puntos fuertes en la obra. Con una cuidado estético que no tiene nada que envidiarle a una producción con inversiones millonarias.
                La obra inicia con una coreografía de movimientos lentos y dilatados por parte de Johanna Mejía, que causaban un suspenso en el espectador. Su personaje, a pesar de que no tuvo una fuerte participación a lo largo de la obra, fue una de las piezas claves para resolver el conflicto ¿O debería decir… evitarlo, provocarlo o concluirlo? Hacía mucho tiempo que no veía un personaje con unas características psicológicas tan claras y definidas. Con unas delineaciones estéticas en sus movimientos tan precisas, que en todo momento me hicieron pensar lo siguiente: ¿Serán estás características propias de Johanna, o será que esta obra tiene aproximadamente un año de ensayos?
                La estudiante era interpretada por Cindy Galán, una chica pintoresca que a ratos me recordaba un pokemón que tenía forma de clown. (Es difícil encontrar una buena actriz que sea hermosa, Cindy Galán es una de las pocas “Waddys Jaquez”). Nunca la había visto actuar fuera del Teatro Rodante, y debo acentuar unas cualidades exquisitas para la actuación: Excelente matices vocales, buena coordinación, seguridad escénica, y si continúo faltan líneas.
                Respecto al profesor interpretado por Richarson Díaz sobran palabras, realmente ya me lo esperaba de un buen actor: Personaje diáfano, buen uso de la voz, seguridad, presencia escénica, correcta dicción, y todas las cualidades que traen consigo el término “Actor trabajador”. Como siempre sorprendiendo en cada trabajo.
                La obra tiene una armonía única, con un lenguaje coreografiado que eleva el dinamismo a los más altos niveles. Es imposible tan siquiera un bostezo. Una propuesta tan interesante que no comprendo porqué la convocatoria se limitó a sólo tres funciones en la sala del Guloya. Definitivamente“La lección” es una obra que te hace comprender que sí se puede hacer teatro contemporáneo que el público pueda entender. Un teatro inteligente sin necesidad de pretender confundir al espectador con divagaciones, basta con trabajar hasta la excelencia como lo ha hecho todo el equipo de “La lección”.


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