08 marzo 2009

Hombre de la gran ciudad




Las calles tiemblan como todos los días. El cieno es el ungüento de las desproporciones que yacen a los pies de cada farola. Rodeando su cabeza están dando vueltas los insectos frente al sol que sale de óculo y ciega la visión; es como un universo en miniatura con todos sus astros, que de una forma mas breve cuentan la misma historia, o debería decir repite la misma historia. Al igual que mis células (con inteligencia, conciencia, y memoria propia) que cada día mientras duermo se repiten a si mismas; como si entre cada parpadeo tratasen de imitar cada planeta que rodea cada su sol. Hoy es un día especial al igual que todos, solo que al despertarme he podido notar que han dejado de repetirse; mas han empezado a recordarse.

La ciudad en cada esquina tiene pequeños parásitos; grandes bocas que tragan recuerdos, años, memorias, la vida de todo transeúnte que ose anclarse a sus anchas, sin mitigación ni luto será devorada por completo, robándole una parte del pequeño pero gran tesoro que guardan en su alma.

Caída la noche llega la diosa. El coloso. La gran matriarca que viene a ser alimentada por el vomito de sus crías. La historia continua narrándose – De fin a principio, de todo lo creado a la muerte absoluta con el bing-bang, de crió a madre, una historia donde se adelanta rebobinando – En su enorme panza se lleva trozos del alma de cada ser humano de la gran ciudad. Alma. Carne. – En mí las dos son la misma cosa. Estoy seguro que por eso quien toca mi cuerpo toca mi alma, no tengo nada que ocultar. Quizás por eso soy incapaz de recordarme a mi mismo.

Los dioses de blanco me persiguen y anhelan llevarme al paraíso blanco donde comeré la ambrosia, pero he estado allí antes y no tengo buenos recuerdos. No es cierto lo que los devotos dicen de ese lugar, pero ya les contare sobre este lugar cuando muera mi carne.

Ladrón. Así me llama el coloso. Vacío, así me llaman los dioses; pero no soy un ladrón ni estoy vacío: Voy de boca en boca tomando del estomago de los parásitos los mejores trozos de las mejores almas, llevándome consigo sus mejores remembranzas, y depositándolas en la panza que llevo en mi espalda que se aferra a mí con sus tentáculos a fuerza taciturna pero tenaz, está lleno de tesoros de lo mejor de cada quien.

No. Dioses de blanco.
No estoy vacío. Traigo conmigo el oro bruto de la esencia de cada ser.
No. Coloso. No soy un ladrón. porque alguna vez te aseguro, que sacare mis brazos de la tierra como un titán, para entonces, las bocas que gobiernas en la gran ciudad, empezaran a tragar mi alma poco a poco, llevándose también mis recuerdos, para entonces mi alma y mi carne, ya no serán uno.


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