11 octubre 2014

Uno y Diecinueve




Género: Cuento
Modelo: Michael Oliver
Fotografía: BBC

Anoche soplé el último globo morado, y lo deposité en la esquina más apartada de la casa; el globo se quedó quieto anidando nostalgias, era una burbuja frágil llena de miedo que se negaba a titiritar. Si tan sólo el globo supiera que él, y los otros Diecinueve que presumidos adornan la sala, son parte del decoro que dará fugaces placeres a los demonios de este hogar, estoy seguro que cambiaría de color.

Son sólo tres demonios, cada uno distinto al anterior, no obstante iguales. Sus nombres derivan del latín, quizás por eso sus gestos son tan torpes. El más grande gusta de las matemáticas, tiene la habilidad de calcular exactamente cuántos pecados tienes en tu báscula de justicia, según que tanto de desequilibre la balanza. La de centro es soberbia, justo por eso la más exigente. No tiene cabellos, tiene algo aún más exótico que ella le llama “mi medusa”, sus pupilas están en forma de elipse, por eso conoce tanto sobre los planetas y sus movimientos. El peor de todos es el menor, sabio sin nunca haber leído, vivaz como un pájaro en errante, y hermoso. En la noche por su ventana entra atrevidamente el deseo de algún pintor que insiste en dibujarle, un mano de la luna que busca tocarle, y un ángel que ufanamente se pelea con su nodriza por el privilegio de dormirle, pero ningún don, ni siquiera aquel que el demonio le arrebató a la muerte se comparan con el que su madre ha heredado, el de amamantarle.

Las campanas de la iglesia sonaron tres veces, cada vibración correspondía a una hora. Su sonido se expandía por una ciudad que las ignora por costumbre, o dejadez.

Todo estaba perfecto: casa limpia, cada cosa en su sitio al igual que en días anteriores, la televisión encendida en el canal de caricaturas preferido del pequeño, la radio dormía sobre una mesita, tenía que guardar reposo para su recital. Sobre la cama los osos, las muñecas, los insectos gigantes, y los reptiles, aguardaban en silencio, mirando la puerta sin pestañar. Su mirada dejaba entrever el espíritu maniatado que las poseía, deseosas de mover su cuerpo y morder en derredor.

Como los demonios estaban a punto de llegar, decidí salir de casa para que disfruten su sorpresa a toda maldad. Antes de irme comprendí que había cometido un error: “compré más globos de los que la sala podía soportar”, Uno estaba en la esquina a merced del olvido, pero él decidió ser Uno, y no Diecinueve más Uno, así que no me importó. Aunque era algo curioso el hecho que Uno estaba cambiando de color, era ahora mucho más pálido, y crecía su palidez tan rápido como un dulce se llena de hormigas al caer al suelo. A ese paso terminaría siendo un mísero soplo vacuo de mi corazón.

Cerré la puerta. Bajé peldaño a peldaño la escalera que da rumbo a la calle. Respiré profundo para conseguir aliento, y salí a divagar, vamos… a perder el tiempo.

Supuse que treinta minutos después de haber salido, ya los demonios estarían en la casa y habría de comenzar la fiesta. Me los imaginé saltando, riendo, y dibujando en el aire sus sonrisas.

En la calle pude descansar, y empezar a ver las cosas un poco más hermosas, me di cuenta que realmente la ciudad no es tan gris como pensaba. Disfruté cada sonido que se colaba por el espacio, cada sabor que palpaba en el aire, permití que la vida acosara mis sentidos. A ratos dejé de pensar, y despertaba varias calles más abajo sin saber cómo había llegado. Me dejé tragar por la boca de un metro que me encontré en esos pequeños andares que me permitía. Una vez engullido por su estómago, nada me motivó a dedicarle tiempo tan siquiera para mirar, así que me dormí hasta la última estación. Un fuerte silbido me despertó, cuando ya estaba el metro vacío. Salí fuera de la estación y grata fue mi sorpresa al encontrarme con una fiesta, aunque realmente era una feria, pero para mí es lo mismo, sólo que aquí estamos invitados todos, no sólo tres.

Justo en la entrada de la feria recordé que no tenía dinero para pagar el billete, pero mis ganas de distracción me invitaban a entrar cueste lo que cueste, así que me aventuré al mercado negro que siempre se ubica en la periferia de multitudinarios eventos: ¡BINGO! Identifiqué sutilmente una anciana gorda, fea que era casi un insulto, algo así como una modelo de botero pintada por un camarero.

-          Hola, me pregunto si – dije tímidamente

-          No digas nada, ya sé lo que quieres, supongo que lo mismo que han venido buscando los demás, típico.

-          ¿Cómo?

-          ¡Qué importa lo que quise decir, lo importante es que quieres una entrada a la feria!

-          Sí, pero no tengo dinero.

-          Con Uno será suficiente – dijo la anciana mientras encendía un cigarrillo.

-          Pero es que quiero que negociemos de otra forma, porque no tengo dinero para darle una moneda, ¿Te puedo dar mi abrigo? Creo que es un buen trato, así mañana regreso con el dinero de la boleta, te la pago al doble y tu me devuelves el abrigo, el asunto es que no quiero ir a casa ahora.

-          No hago negocios con cosas materiales, te quiero a ti, pero no completo, sólo un pedazo.

-          ¿Qué? – Me convencí de que esa señora estaba totalmente loca, ya se me hacía raro que apagara los cigarrillos de un escupitajo en la punta. ¿Me quiere a mí? ¿Quién cree ella que soy? Contuve un ligero ataque de risa. ¿Quién ha visto que uno ande por ahí vendiéndose en pedazos como una tela barata?

Seguí buscando otra víctima de la cual pretendía ser su víctima, así de simple. Debe de haber otra persona que esté vendiendo entradas. No canté BINGO esta vez, simplemente ya tenía copiosa cautela. El vendedor resultó ser un joven hermoso, con mirada seductora, pelo liso, y con labios algo femeninos. Me saludó a distancia, ya sabía quién era cliente o quién no. Se puso frente a mí sin decir una sola palabra, su belleza era tal que me sentí ofendido, y por un instante quise mirar al cielo para maldecir a Dios, pero no podía apartar mis ojos de sus pupilas en forma de elipse.

-          Hola – dije tímidamente.

-          Saludos – dijo con aire seductor - tranquilo… soy discreto. Tengo una boleta para ti, pero ya sabes que se necesita un pedazo de ti para comprarla, específicamente Uno.

-          ¿Qué? – Esto ya no era una broma, algo más abrumador se tramaba aquí, mi curiosidad no me dejó irme. - ¿¡Cómo que un pedazo de mí!? – le dije un poco impávido.

-          Sí, sólo quiero un trozo, y que sea grande, un buen pedazo. Eso a cambio de una boleta, no se necesita más que Uno.

-          ¿Pero cómo es eso posible?

-          Sencillo, todo ser humano tiene 20 trozos del alma, que al unirse forman la herradura que te defiende en el mundo, entonces piensa ¿Desprenderte de un pedazo, cuando te quedan 19? ¿Crees realmente que eso haga alguna diferencia?

-          Bueno – dije dubitativo.

-          Toma – me pasó una tijera – córtate un poco de tu pelo, y guárdalo en esta bolsa, luego tráeme la bolsa con todo el cabello dentro, allí se irá un poco de ti que será mío. Tendré uno y tú tendrás Diecinueve. Andas vamos, quiero tu trozo. –Guiña un ojo.

Ansiaba ir a la feria, estos pequeños viajes son tan efímeros, sólo llegan algunos fines de semana, y era esto o irme a la casa junto a los demonios, y de lo segundo ni hablar, ellos eran la razón porque la cual huyo de casa de vez en cuando. Además este chico es demasiado hermoso para decirle que no. ¿Qué más da que le de Uno de mis pedazos y me quede con Diecinueve?. Fui a los lavabos públicos para disimular, y así luego regresar por mi boleta, estaba muy entusiasmado, porque entendí que me estaba burlando de este chico, puesto que no creía en estas cosas, de donde vengo a esto le dicen GANGA. Una vez dentro de un cubículo traté de cortarme el pelo, pero las tijeras oxidadas eran incapaces de cortar una sola hebra, me sentí como un niño idiota al que le roban un dulce, aunque por momentos me gusta jugar al idiota, en este caso ser idiota era la discordia que generaba ataques de ira. Volví enojado donde el enchaquetado joven, tenía ganas de causarle una afrenta pública por jugar conmigo de ésta manera, así sería él entonces la víctima de la ignominia que pueden causar los victimarios cuando se revelan. Pero cuando estuve frente a él, sencillamente no pude agredirle ni siquiera verbalmente, era demasiado hermoso y apacible para hacer desfallecer sus formas. Me limité a devolverle las tijeras y la bolsa.

-          Aquí tienes – en tono seco – No pude cortar ni una hebra con tu tijera, no sirve.

-          Ah, lo siento. No sabía que eras de hierro.

-          ¿Perdón?

-          Es que eres de las pocas personas en el mundo con alma de hierro. El hierro no se combate con hierro, sino con fuego, o con algún tipo de oxidante, en tu caso por lo visto no es posible hacer negocios.

-          Oye chico por favor dejémonos de tonterías. Yo sólo quiero una boleta para ir a la feria, si quieres te puedes quedar con mi abrigo, es más te lo regalo, vale tres veces más de lo que vale esa boleta.

-          Lo siento, yo no quiero tu abrigo, sólo quiero Uno.

-           ¿Entonces me quedo sin boletas?

-          No exactamente. Hay otra opción.

-          ¿Cuál? – dije excitado

-          Toma este globo y llénalo de aire, así tendré trozo de ti. Específicamente tendré Uno, y entonces te daré la boleta.

            Por un momento me pareció una estupidez mayor que la de cortarme el pelo, pero como era algo tan sencillo y lo único que quería era mi boleta, procedí a hacerlo justo allí mismo, sin ocultarme. Después de todo inflar un globo no es grave ni vergonzoso, y yo el día de hoy ya había inflado 20. Mientras lo hacía fui lentamente cambiando de color, pasé entre rojo y purpura casi instantáneamente, fue muy extraño pero me hacía falta el aliento, simplemente no pude llenar el globo. El enchaquetado rió a bocajarro cual si fuese una serpiente que danza despacio.

- Lo siento – dijo mientras me arrebataba el globo – Tú no tienes alma – Corrió rápido con el globo vacío en sus manos y se perdió entre los algodones dulces y demás globos inflados por gente que supongo dejaron un pedazo de su alma en ellos.

La feria estaba en su máximo esplendor, había niños disfrazados de pulpos, montados sobre caballos, jugando a ser dj, bañándose en caños de aguas, jugando, celebrando, siendo felices.

Me quedé solo, como el punto final, siendo el poeta envenenado por mi propia estupidez.

Cabizbajo, aburrido, desolado, demasiadas cosas jugaban a la noria en mi corazón. Decidí regresar a casa con la mirada al suelo, igual como regresa un pésimo guerrero con la espada rota. No me molestaba que el hermoso joven se haya burlado de mí, o de haberle permitido que lo hiciera, lo único que me causaba tanto mal era no haber podido ir a la feria, y disfrutar de su universo en maravillosos juegos mecánicos, bastaba con haber salido con dinero de casa. Me zambullí en el metro y sus océanos subterráneos, sus olas eran rieles manipulados por peces de acero. Quise dormir como al principio, no pude, era difícil. Después de algún rato supongo que pude relajar mis ojos, pero de un sobresalto poco particular bamboleé mi cabeza de lado a lado, y fue como si la paz estuviera tímidamente pastando en un jardín de cipreses, y el dolor llegó para robarle el sosiego como una rapaz arpía. Empezaron fuertes martillazos en mi cabeza que me hacían obviar la desazón de la feria. Emergieron los espasmos. La gente en el metro me observaba, creo que son piratas despiadados de este estúpido mar. No estoy seguro si estaba sudado, o empapado de agua de mar. Escuché: BANG de campana, acompañado de un fuerte dolor en el pecho, pensé, dudé, deduje… no sé, simplemente estaba muriendo. Tenía toda la cabeza dislocada, y una tras otra fueron las arremetidas grandes que se agolparon contra mi pecho. Volví a escuchar: BANG de campana otra vez. Ese sonido, !Ay! traía un dolor cada vez más fuerte y la caja de hierro de mi pecho estaba más estrecha. Algo me estaba comprimiendo el corazón.

Salí del metro balanceando mi cuerpo entre peatones con miradas despreocupadas, batallé con ellos, con el público que no había pagado una boleta para el espectáculo. 

Necesitaba curarme, también a mis huesos.

Abrí la puerta. Entré a casa. Arrastré mi cuerpo por el suelo. Todos duermen, excepto el demonio más bello de todos, el perverso. Me saludó de lejos, no le importo mucho. Rió de mí cuando me vio moribundo, mi dolor es su felicidad. ¿Cómo podía un ser tan hermoso ser tan cruel? Me fallaban las fuerzas, me recosté de la pared buscando estabilizarme. El suelo de la casa estaba  lleno de plásticos color púrpura. Entonces comprendí, el más hermoso de los inmortales había explotado todos los globos, me miraba y disfrutaba. Aún le queda un globo en las manos. Trato de frenarlo. Pero me mira y se excita más al ver mi cara de miedo. Sin ninguna piedad tomó un alfiler, hizo que su punta tocara el globo, entonces: BANG, mi pecho me mata sin piedad. Ligeramente se quiebra mi corazón, sitiado y sin fuerzas renuncia. La risa del niño da vueltas en la casa como maldición bubónica, yo moría lenta y amargamente, mi aliento que ha sido expulsado del globo, decora el ambiente de la sala en señal de derrota, y recibe un rico beso del oxígeno que oxida las formas y lo confunde con dióxido. Se vuelve perecedero, como la vida, como yo, como la felicidad, y como las cosas más hermosas que se agotan rápido. 

Oxidado caí de golpe sobre la cerámica. El niño se acercó tiernamente a mi rostro, me arregló el pelo, me dio un beso en la mejilla, me cerró los ojos, y me tocó el corazón.

- Te quiero – me dijo dulcemente al oído – Buenas noches tío, gracias por la fiesta – Me dio un beso en la mejilla, me brindó la risa más loca e inocente que había escuchado alguna vez, y se marchó a su habitación. Me dejó.

Muerto. Estaba muerto. Así lo sentía. Había amanecido, eso parece, ¿Estoy vivo? ¡Estoy vivo! Levemente abrí mis ojos, y lo vi, allí estaba. Era Uno. Seguía en el mismo rincón de la misma esquina más apartada de la casa, inmutable en color y forma. Se había salvado del niño, era mi esperanza. ¿Pero cómo recuperarlo si fallan mis fuerzas? Estaba inmóvil. De repente un poco de viento se coló por la ventana, Uno venía hacia mí deslizado por las corrientes, no como Veinte, ni como Diecinueve, sino como Uno. Entonces admiré su valentía de defender su egoísmo deseando estar a parte, al final su egoísmo lo había salvado, en consiguiente me había salvado a mí mimo. Flotó en el aire, se dejó seducir por un rayo de sol que fluctuó entre su cuerpo, lanzando rayos de colores que iluminaron la casa como un cumpleaños fantástico. Su espíritu empezó a cambiar de formar mientras se acercaba a mí y para evitar los muebles de la casa para llegar más rápido a mi pecho, volvióse de diamante, y con el rayo de sol fabricó un puente que terminaba en mí, se deslizó tiernamente como Ángel que peca en primavera con su hermosa voz de Nodriza. Fue hermoso verlo venir trocando cuerdas, tan hermoso y tan sublime que parecía un Dios. De repente se asustó, se detuvo y rechinó. Me miró como diciendo: “Lo siento”. Escuché en mis oídos una voz hermosa, dulce y melodiosa como un aria compuesta por una musa perfecta, una voz que cayó sobre mi oído y dulcemente me dijo:



- ¿Otra fiesta? – en sus manos, empuñaba un alfiler.


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