Género: Cuento
Modelo: Michael Oliver
Fotografía: BBC
Anoche
soplé el último globo morado, y lo deposité en la esquina más apartada de la
casa; el globo se quedó quieto anidando nostalgias, era una burbuja frágil
llena de miedo que se negaba a titiritar. Si tan sólo el globo supiera que él,
y los otros Diecinueve que presumidos adornan la sala, son parte del decoro que
dará fugaces placeres a los demonios de este hogar, estoy seguro que cambiaría
de color.
Son
sólo tres demonios, cada uno distinto al anterior, no obstante iguales. Sus
nombres derivan del latín, quizás por eso sus gestos son tan torpes. El más
grande gusta de las matemáticas, tiene la habilidad de calcular exactamente
cuántos pecados tienes en tu báscula de justicia, según que tanto de desequilibre la balanza. La
de centro es soberbia, justo por eso la más exigente. No tiene cabellos, tiene
algo aún más exótico que ella le llama “mi medusa”, sus pupilas están en forma
de elipse, por eso conoce tanto sobre los planetas y sus movimientos. El peor
de todos es el menor, sabio sin nunca haber leído, vivaz como un pájaro en errante,
y hermoso. En la noche por su ventana entra atrevidamente el deseo de algún
pintor que insiste en dibujarle, un mano de la luna que busca tocarle, y un
ángel que ufanamente se pelea con su nodriza por el privilegio de dormirle,
pero ningún don, ni siquiera aquel que el demonio le arrebató a la muerte se
comparan con el que su madre ha heredado, el de amamantarle.
Las
campanas de la iglesia sonaron tres veces, cada vibración correspondía a una
hora. Su sonido se expandía por una ciudad que las ignora por costumbre, o
dejadez.
Todo
estaba perfecto: casa limpia, cada cosa en su sitio al igual que en días
anteriores, la televisión encendida en el canal de
caricaturas preferido del pequeño, la radio dormía sobre una mesita, tenía que
guardar reposo para su recital. Sobre la cama los osos, las muñecas, los insectos
gigantes, y los reptiles, aguardaban en silencio, mirando la puerta sin
pestañar. Su mirada dejaba entrever el espíritu maniatado que las poseía,
deseosas de mover su cuerpo y morder en derredor.
Como
los demonios estaban a punto de llegar, decidí salir de casa para que disfruten
su sorpresa a toda maldad. Antes de irme comprendí que había cometido
un error: “compré más globos de los que la sala podía soportar”, Uno estaba en
la esquina a merced del olvido, pero él decidió ser Uno, y no Diecinueve más
Uno, así que no me importó. Aunque era algo curioso el hecho que Uno estaba
cambiando de color, era ahora mucho más pálido, y crecía su palidez tan rápido como
un dulce se llena de hormigas al caer al suelo. A ese paso terminaría siendo un
mísero soplo vacuo de mi corazón.
Cerré
la puerta. Bajé peldaño a peldaño la escalera que da rumbo a la calle. Respiré
profundo para conseguir aliento, y salí a divagar, vamos… a perder el tiempo.
Supuse
que treinta minutos después de haber salido, ya los demonios estarían en la
casa y habría de comenzar la fiesta. Me los imaginé saltando, riendo, y
dibujando en el aire sus sonrisas.
En
la calle pude descansar, y empezar a ver las cosas un poco más hermosas, me di
cuenta que realmente la ciudad no es tan gris como pensaba. Disfruté cada
sonido que se colaba por el espacio, cada sabor que palpaba en el aire, permití
que la vida acosara mis sentidos. A ratos dejé de pensar, y despertaba varias
calles más abajo sin saber cómo había llegado. Me dejé tragar por la boca de un
metro que me encontré en esos pequeños andares que me permitía. Una vez
engullido por su estómago, nada me motivó a dedicarle tiempo tan siquiera para
mirar, así que me dormí hasta la última estación. Un fuerte silbido me
despertó, cuando ya estaba el metro vacío. Salí fuera de la estación y
grata fue mi sorpresa al encontrarme con una fiesta, aunque realmente era una
feria, pero para mí es lo mismo, sólo que aquí estamos invitados todos, no sólo
tres.
Justo
en la entrada de la feria recordé que no tenía dinero para pagar el billete,
pero mis ganas de distracción me invitaban a entrar cueste lo que cueste, así
que me aventuré al mercado negro que siempre se ubica en la periferia de
multitudinarios eventos: ¡BINGO! Identifiqué sutilmente una anciana gorda, fea
que era casi un insulto, algo así como una modelo de botero pintada por un
camarero.
-
Hola, me pregunto si – dije tímidamente
-
No digas nada, ya sé lo que quieres,
supongo que lo mismo que han venido buscando los demás, típico.
-
¿Cómo?
- ¡Qué importa lo que quise decir, lo
importante es que quieres una entrada a la feria!
-
Sí, pero no tengo dinero.
-
Con Uno será suficiente – dijo la
anciana mientras encendía un cigarrillo.
-
Pero es que quiero que negociemos de
otra forma, porque no tengo dinero para darle una moneda, ¿Te puedo dar mi abrigo? Creo que es un
buen trato, así mañana regreso con el dinero de la boleta, te la pago al doble
y tu me devuelves el abrigo, el asunto es que no quiero ir a casa ahora.
-
No hago negocios con cosas materiales,
te quiero a ti, pero no completo, sólo un pedazo.
-
¿Qué? – Me convencí de que esa señora
estaba totalmente loca, ya se me hacía raro que apagara los cigarrillos de un
escupitajo en la punta. ¿Me quiere a mí? ¿Quién cree ella que soy? Contuve un
ligero ataque de risa. ¿Quién ha visto que uno ande por ahí vendiéndose en
pedazos como una tela barata?
Seguí
buscando otra víctima de la cual pretendía ser su víctima, así de simple. Debe
de haber otra persona que esté vendiendo entradas. No canté BINGO esta vez,
simplemente ya tenía copiosa cautela. El vendedor resultó ser un joven hermoso,
con mirada seductora, pelo liso, y con labios algo femeninos. Me saludó a
distancia, ya sabía quién era cliente o quién no. Se puso frente a mí sin decir
una sola palabra, su belleza era tal que me sentí ofendido, y por un instante
quise mirar al cielo para maldecir a Dios, pero no podía apartar mis ojos de
sus pupilas en forma de elipse.
-
Hola – dije tímidamente.
-
Saludos – dijo con aire seductor -
tranquilo… soy discreto. Tengo una boleta para ti, pero ya sabes que se
necesita un pedazo de ti para comprarla, específicamente Uno.
-
¿Qué? – Esto ya no era una broma, algo
más abrumador se tramaba aquí, mi curiosidad no me dejó irme. - ¿¡Cómo que un
pedazo de mí!? – le dije un poco impávido.
-
Sí, sólo quiero un trozo, y que sea
grande, un buen pedazo. Eso a cambio de una boleta, no se necesita más que Uno.
-
¿Pero cómo es eso posible?
-
Sencillo, todo ser humano tiene 20
trozos del alma, que al unirse forman la herradura que te defiende en el mundo, entonces piensa ¿Desprenderte de un pedazo, cuando te quedan 19?
¿Crees realmente que eso haga alguna diferencia?
-
Bueno – dije dubitativo.
-
Toma – me pasó una tijera – córtate un
poco de tu pelo, y guárdalo en esta bolsa, luego tráeme la bolsa con todo el
cabello dentro, allí se irá un poco de ti que será mío. Tendré uno y tú tendrás
Diecinueve. Andas vamos, quiero tu trozo. –Guiña un ojo.
Ansiaba
ir a la feria, estos pequeños viajes son tan efímeros, sólo llegan algunos
fines de semana, y era esto o irme a la casa junto a los demonios, y de lo segundo ni hablar, ellos eran la razón porque la cual huyo de casa de vez en cuando. Además
este chico es demasiado hermoso para decirle que no. ¿Qué más da que le de Uno de mis
pedazos y me quede con Diecinueve?. Fui a los lavabos
públicos para disimular, y así luego regresar por mi boleta, estaba muy
entusiasmado, porque entendí que me estaba burlando de este chico, puesto que
no creía en estas cosas, de donde vengo a esto le dicen GANGA. Una vez dentro
de un cubículo traté de cortarme el pelo, pero las tijeras oxidadas eran
incapaces de cortar una sola hebra, me sentí como un niño idiota al que le
roban un dulce, aunque por momentos me gusta jugar al idiota, en este caso ser
idiota era la discordia que generaba ataques de ira. Volví enojado donde el
enchaquetado joven, tenía ganas de causarle una afrenta pública por jugar
conmigo de ésta manera, así sería él entonces la víctima de la ignominia que
pueden causar los victimarios cuando se revelan. Pero cuando estuve frente a
él, sencillamente no pude agredirle ni siquiera verbalmente, era demasiado
hermoso y apacible para hacer desfallecer sus formas. Me limité a devolverle
las tijeras y la bolsa.
-
Aquí tienes – en tono seco – No pude
cortar ni una hebra con tu tijera, no sirve.
-
Ah, lo siento. No sabía que eras de
hierro.
-
¿Perdón?
-
Es que eres de las pocas personas en el
mundo con alma de hierro. El hierro no se combate con hierro, sino con fuego, o
con algún tipo de oxidante, en tu caso por lo visto no es posible hacer
negocios.
-
Oye chico por favor dejémonos de
tonterías. Yo sólo quiero una boleta para ir a la feria, si quieres te puedes
quedar con mi abrigo, es más te lo regalo, vale tres veces más de lo que vale
esa boleta.
-
Lo siento, yo no quiero tu abrigo, sólo
quiero Uno.
-
¿Entonces me quedo sin boletas?
-
No exactamente. Hay otra opción.
-
¿Cuál? – dije excitado
-
Toma este globo y llénalo de aire, así
tendré trozo de ti. Específicamente tendré Uno, y entonces te daré la boleta.
Por un momento me pareció una
estupidez mayor que la de cortarme el pelo, pero como era algo tan sencillo y
lo único que quería era mi boleta, procedí a hacerlo justo allí mismo, sin
ocultarme. Después de todo inflar un globo no es grave ni vergonzoso, y yo el
día de hoy ya había inflado 20. Mientras lo hacía fui lentamente cambiando de
color, pasé entre rojo y purpura casi instantáneamente, fue muy extraño pero me
hacía falta el aliento, simplemente no pude llenar el globo. El enchaquetado rió
a bocajarro cual si fuese una serpiente que danza despacio.
-
Lo siento – dijo mientras me arrebataba el globo – Tú no tienes alma – Corrió
rápido con el globo vacío en sus manos y se perdió entre los algodones dulces y
demás globos inflados por gente que supongo dejaron un pedazo de su alma en
ellos.
La
feria estaba en su máximo esplendor, había niños disfrazados de pulpos,
montados sobre caballos, jugando a ser dj, bañándose en caños de aguas, jugando,
celebrando, siendo felices.
Me
quedé solo, como el punto final, siendo el poeta envenenado por mi propia
estupidez.
Cabizbajo,
aburrido, desolado, demasiadas cosas jugaban a la noria en mi corazón. Decidí
regresar a casa con la mirada al suelo, igual como regresa un pésimo guerrero
con la espada rota. No me molestaba que el hermoso joven se haya burlado de mí,
o de haberle permitido que lo hiciera, lo único que me causaba tanto mal era no
haber podido ir a la feria, y disfrutar de su universo en maravillosos juegos
mecánicos, bastaba con haber salido con dinero de casa. Me zambullí en el metro
y sus océanos subterráneos, sus olas eran rieles manipulados por peces de
acero. Quise dormir como al principio, no pude, era difícil. Después de algún
rato supongo que pude relajar mis ojos, pero de un sobresalto poco particular
bamboleé mi cabeza de lado a lado, y fue como si la paz estuviera tímidamente
pastando en un jardín de cipreses, y el dolor llegó para robarle el sosiego
como una rapaz arpía. Empezaron fuertes martillazos en mi cabeza que me hacían
obviar la desazón de la feria. Emergieron los espasmos. La gente en el metro me
observaba, creo que son piratas despiadados de este estúpido mar. No estoy
seguro si estaba sudado, o empapado de agua de mar. Escuché: BANG de campana,
acompañado de un fuerte dolor en el pecho, pensé, dudé, deduje… no sé,
simplemente estaba muriendo. Tenía toda la cabeza dislocada, y una tras otra
fueron las arremetidas grandes que se agolparon contra mi pecho. Volví a
escuchar: BANG de campana otra vez. Ese sonido, !Ay! traía un dolor cada vez más fuerte y la caja de
hierro de mi pecho estaba más estrecha. Algo me estaba comprimiendo el corazón.
Salí
del metro balanceando mi cuerpo entre peatones con miradas despreocupadas,
batallé con ellos, con el público que no había pagado una boleta para
el espectáculo.
Necesitaba curarme, también a mis huesos.
Necesitaba curarme, también a mis huesos.
Abrí
la puerta. Entré a casa. Arrastré mi cuerpo por el suelo. Todos duermen,
excepto el demonio más bello de todos, el perverso. Me saludó de lejos, no le
importo mucho. Rió de mí cuando me vio moribundo, mi dolor es su felicidad.
¿Cómo podía un ser tan hermoso ser tan cruel? Me fallaban las fuerzas, me
recosté de la pared buscando estabilizarme. El suelo de la casa estaba lleno de plásticos color púrpura. Entonces
comprendí, el más hermoso de los inmortales había explotado todos los globos,
me miraba y disfrutaba. Aún le queda un globo en las manos. Trato de frenarlo.
Pero me mira y se excita más al ver mi cara de miedo. Sin ninguna piedad tomó
un alfiler, hizo que su punta tocara el globo, entonces: BANG, mi pecho me mata
sin piedad. Ligeramente se quiebra mi corazón, sitiado y sin fuerzas renuncia.
La risa del niño da vueltas en la casa como maldición bubónica, yo moría lenta
y amargamente, mi aliento que ha sido expulsado del globo, decora el ambiente
de la sala en señal de derrota, y recibe un rico beso del oxígeno que oxida las
formas y lo confunde con dióxido. Se vuelve perecedero, como la vida, como yo,
como la felicidad, y como las cosas más hermosas que se agotan rápido.
Oxidado
caí de golpe sobre la cerámica. El niño se acercó tiernamente a mi rostro, me
arregló el pelo, me dio un beso en la mejilla, me cerró los ojos, y me tocó el
corazón.
-
Te quiero – me dijo dulcemente al oído – Buenas noches tío, gracias por la
fiesta – Me dio un beso en la mejilla, me brindó la risa más loca e inocente que había escuchado alguna vez, y se marchó a su habitación. Me dejó.
Muerto.
Estaba muerto. Así lo sentía. Había amanecido, eso parece, ¿Estoy vivo? ¡Estoy vivo! Levemente abrí mis ojos, y lo vi, allí estaba.
Era Uno. Seguía en el mismo rincón de la misma esquina más apartada de la casa,
inmutable en color y forma. Se había salvado del niño, era mi esperanza. ¿Pero
cómo recuperarlo si fallan mis fuerzas? Estaba inmóvil. De repente un poco de viento
se coló por la ventana, Uno venía hacia mí deslizado por las corrientes, no
como Veinte, ni como Diecinueve, sino como Uno. Entonces admiré su valentía de
defender su egoísmo deseando estar a parte, al final su egoísmo lo había
salvado, en consiguiente me había salvado a mí mimo. Flotó en el aire, se dejó
seducir por un rayo de sol que fluctuó entre su cuerpo, lanzando rayos de
colores que iluminaron la casa como un cumpleaños fantástico. Su espíritu
empezó a cambiar de formar mientras se acercaba a mí y para evitar los muebles
de la casa para llegar más rápido a mi pecho, volvióse de diamante, y con el rayo
de sol fabricó un puente que terminaba en mí, se deslizó tiernamente como
Ángel que peca en primavera con su hermosa voz de Nodriza. Fue hermoso verlo
venir trocando cuerdas, tan hermoso y tan sublime que parecía un Dios. De
repente se asustó, se detuvo y rechinó. Me miró como diciendo: “Lo siento”.
Escuché en mis oídos una voz hermosa, dulce y melodiosa como un aria compuesta
por una musa perfecta, una voz que cayó sobre mi oído y dulcemente me dijo:
-
¿Otra fiesta? – en sus manos, empuñaba un alfiler.
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