08 abril 2009
Duende de primavera
Me fui rumbo a la estación del metro con mi habitual traje de fin de semana, un libro de poesías y conservando la misma percepción de la vida que he venido arrastrando desde hace años. El rostro de mis compañeros de acera mostraba la despreocupación que otorga la costumbre a lo habitual y conocido, como si todo ya estuviese escrito y la vida se repitiera recordándose a si misma.
De pronto sentí que algo cambiaba cuando en ademán de primavera un árbol florecía. Sobre el mismo había un niño negro como la noche con una media luna dibujada en la frente como hecha por algún crayón, más esto solo fue suficiente para ensimismarme, pero no para detenerme.
Continué mi recorrido mientras me adentré en la estación del metro, fui a una cafetería expreso que había dentro del mismo, pedí un café con leche y me senté a leer un poco para hacer horas.
-¿Se puede? – me preguntó el niño del árbol pidiéndome permiso para sentarse.
-Sí, claro.
-Gracias ¿Quiero saber porque me sigues?
-¿Perdón? Disculpa no se quien eres y es la primera vez que te veo
- No esta es la segunda, la primera fue sobre el árbol.
- Es igual, ni se quien eres, no te sigo, tu eres quien me esta siguiendo hasta la estación.
Su cara se volvió pálida y confusa, como si buscara las palabras adecuadas para hablar, y luego se notó un su cara una chispa de inteligencia, al parecer había encontrado lo exacto que me quería decir:
-Siempre me has buscado, y ahora que me ves ¿Dices no conocerme?
-¿Quién eres tu?
- Dímelo tú
Por un instante lo miré con desprecio e insignificancia, al parecer este niño de aspecto extraño estaba jugando a tomarme el pelo. Procedí en ese momento a imaginarlo como si fuese una jugosa oruga, mientras yo en plan de dominante mantis religiosa le succionaba todos sus jugos engulléndole hasta el alma.
- La mantis religiosa con las mismas manos que ora también mata – me dijo
¡Dios Mío! Ha leído mi mente. Salí corriendo despavorido sin acabarme el café con leche, yéndome de bruces por el pasillo, al llegar al metro me lancé a sus adentros cargado de pavor. Al sentarme, alguien con voz dulce me invita unas golosinas.
-¿Tú? – dije con un pavor único
- ¿Sabes quien soy? – contestó con asombro
En la siguiente parada del metro me bajé lo mas veloz que pude y salí afuera mientras sentía el corazón que me apuñalaba el pecho como queriendo fisgarme. Al salir pude ver cientos de árboles en ademán de primavera, encima tenían cientos de duendes negros con medias lunas dibujadas en sus frentes; sin embargo la gente caminaba con el mismo rostro, mientras que el mío, sin salir de su ensimismamiento, era el único punto negro de una inútil pagina en blanco.
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